– ¨Padre, dame
la parte de la herencia que me corresponde, que quiero irme a vivir mi vida.¨
Y el padre les
repartió la herencia.
A los pocos días
el hijo menor reunió todo lo suyo, se fue a un país lejano y allí malgastó toda
su fortuna llevando una mala vida, solo pensaba en divertirse.
Cuando se lo
había gastado todo, sobrevino una gran hambre en aquella comarca y comenzó a
padecer necesidad. Se fue a trabajar a casa de un hombre del país, que le mandó
a sus tierras a cuidar cerdos. Gustosamente hubiera llenado su estómago con las
algarrobas que comían los cerdos pero nadie se las daba.
– ¨Lo he hecho
todo mal, ¡Cuántos trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, mientras que
yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre, le
pediré perdón y le diré:
¨ Padre, aunque ya no me trates como a un tu hijo, perdóname, por favor, trátame como a uno de tus trabajadores.¨
¨ Padre, aunque ya no me trates como a un tu hijo, perdóname, por favor, trátame como a uno de tus trabajadores.¨
Se puso en
camino y fue a casa de su padre.
Cuando aún
estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió. Fue corriendo, se echó al cuello
de su hijo y lo cubrió de besos.
El hijo comenzó
a decir:
– ¨ Padre, me
he portado muy mal. Ya no merezco llamarme hijo tuyo.¨
Pero el padre
dijo a sus criados:
– ¨Traed
enseguida la mejor ropa y ponédsela; ponedle también un anillo en la mano y
sandalias en los pies. Tomad el ternero más grande, matadlo y celebremos una
fiesta, porque este hijo mío se había ido y ha vuelto, se había perdido y ha
sido encontrado.¨ Y se pusieron todos a festejarlo.
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